Historias cotidianas que solemos ignorar

Pobreza

El hombre tranquilo que huyó de la violencia en Colombia

A Anyelo Osmar Díaz López le mataron a su abuela y a su hijo en Colombia

La violencia en Colombia le atacó muy de cerca, aunque tenía casa y comida. Ahora vive en Madrid, vive en paz. Pero si tiene donde comer y dormir es gracias a Bocatas y Cáritas. Anyelo aquí no tiene casi nada: no tiene violencia, ni casa, ni comida.

Se escucha a unos niños de fondo hablando entre ellos. Parece como si Anyelo no fuera consciente de su presencia: está sentado frente a su móvil con unos auriculares puestos a punto de iniciar nuestra charla por Skype. No les presta atención, los niños hablando no le molestan y a mí tampoco.

“Veíamos un programa en común con mi mamá y mi abuela y nos llamábamos para comentarlo, y mi abuela llevaba dos días sin contestar. Qué raro. Mi abuela vivía en Cartago y mandamos a un familiar para que fuera a ver. Y vio el cuerpo tirado del niño. Nos llamó y que fuéramos urgente. Yo me fui con mi mamá y ya cuando llegamos estaba la policía, ambulancia, la fiscalía. No nos dejaban pasar a la casa, pero mi mamá se lo saltó todo y pasó, y vio los cuerpos”.

Violencia en Colombia

La abuela de Anyelo tenía 79 años cuando la mataron. No estaba sola, por aquel entonces cuidaba de un sobrino de Anyelo que tenía 6 años. A él también lo mataron. Anyelo se lía con las fechas. Finalmente concluye que este doble asesinato se produjo en 2012. “Mi abuela también ayudaba a otro sobrino suyo que estaba metido en las drogas y eso. Él se encaprichó de lo que tenía mi abuela y con unos amigos entraron en la casa a robar, y para no dejar testigos los mataron. A él lo cogió la policía y no pasó nada. Dijo que habían entrado a robar pero que ellos no habían matado a nadie”.

“Son dos desgracias en nuestra vida. Lo de mi hijo me tocó en Chile. Yo suelo hablar mucho con mi mamá. Me llamó a las cuatro de la mañana y me asusté. Dicen que las balas vienen a esa hora”. La conversación fue más o menos así:

–¿Qué le pasó? ¿Está enferma o algo?

–No, tengo que decirle algo que le va a disgustar mucho.

–No se preocupe, cuénteme.

–Mataron a Camilo.

Después de escuchar estas palabras, Anyelo le colgó el teléfono a su madre. Camilo era su hijo mayor, tenía 16 años y vivía en Cali.  “Y no recuerdo hasta despertarme ocho días después. Comencé a beber, a beber, me refugié mucho en el alcohol por ocho días. Es un dolor que no siente sino uno, es algo que solo siente uno. Era un apoyo mi esposa, mi otro hijo, que estaban en Chile conmigo, pero yo recuerdo que no me levanté hasta los ocho días”.

“La ciudad de Cali de por sí es peligrosa, pero yo me esperaba cualquier cosa menos eso. Que le robaran, pero no eso. Yo le decía que tuviera cuidado, que no se cambiara de barrio. Son las barreras invisibles que decimos allá, las barreas invisibles de los barrios. No te puedes meter en otro barrio que no sea el tuyo y él tenía una noviecita en otro barrio y lo mataron cuando fue a verla. La barrera invisible es que yo de la esquina para allá no puedo cruzar porque lo maneja otra pandilla y la noviecita vivía en un barrio contrario a él. Le pegaron tres tiros, lo mataron delante de la novia”.

Anyelo vuelve a dudar con las fechas, me da varias, pero al final concluye que a su hijo lo mataron en 2016. “Yo sentía como si me hubieran quitado un pedazo, como desgarrado. Eso es un vacío que siempre le va a quedar a uno ahí. Quieres pasar la página pero nunca eres capar de pasarla. Igual con mi abuela y mi sobrino. No sé si es por la forma en la que murieron. Mi abuela estaba enferma y se podría haber muerto de muerte natural, pero no de esa forma. Si uno estaba haciendo algo malo y te matan, uno dice: se lo buscó. Pero mi hijo estaba visitando a la novia”.

Anyelo tenía tres hijos de madres distintas. Ahora le quedan dos, dos varones: hoy tienen 18 y 11 años. “Nada de ayuda psicológica, lo manejamos como familia y como pudimos salimos de la situación. Para mí la violencia es como el poder que le da el Gobierno a las personas. Si desde el Gobierno no tuvieran gente tan podrida, mi país no estaría tan podrido. Nadie está exento de que le pase algo. Yo amo mucho Colombia, es muy linda, pero también tiene cosas feas”.

Anyelo no se queja, no se frustra, no se enfada, no se entristece, no se estremece, no se ríe, no se ilusiona… solo narra. Su tono de voz y su tranquilidad no varían durante toda la conversación. 

El Gobierno colombiano registró 12.512 homicidios comunes en 2019, lo que equivale a más de 34 al día.

Salir huyendo por la violencia en Colombia

Anyelo Osmar Díaz López tiene 41 años y es de la ciudad de Pereira. La muerte de su hijo le pilló en Chile porque vivió allí seis años. “En Chile me hice un capital y me volví para Colombia: tenía un carro y lo manejaba como Uber. Tenía también un negocio de repuestos de celulares. Tenía esposa. Tenía mis hijos. Vivíamos con mi mamá. Mi vida allí era tranquila, para vivir tranquilamente sí me daba, no riqueza, pero me daba”.

Vuelven las conversaciones de fondo que no alteran su discurso, sigue igual que cuando solo estamos presentes él y yo.

Anyelo tenía dos hermanos en España que le regalaron un billete para venir de vacaciones. “A mí me gustó esto y de vuelta a Colombia me encontré en el negocio de celulares un panfleto que me decía: usted tiene plata para viajar al exterior, ha estado en España, vemos que tiene carro propio, así que debe tener plata para ayudar a la causa. Al principio pensé que me estaban tomando el pelo y todo eso. Me mandaron varias cartitas más pero hice caso omiso, hasta que a los días vinieron dos tipos en una moto con revólver y todo. Nosotros necesitamos una colaboración, me dijeron, para que podamos tener cuidado de que no le pase nada ni a usted ni a su familia, ni al carrito. Cómo así, les dije yo, por qué voy a tener que pagarles por algo que es mío. Y me dijeron que la cuota era de 100.000 pesos semanales, que son como 30 euros acá al cambio. Al final se lo daba porque yo no quería problemas. Se siente impotencia de saber que no puedo denunciarlos porque lo que yo les doy parten la mitad con la policía. Si yo voy y denuncio me voy a traer un problema, era nadar contra la corriente. Era la Banda Cordillera, son como estructuras pequeñas de los paramilitares: se encargan de los barrios, de colocar un líder en los barrios”.

“A los seis meses quisieron subir la cuota: 300.000 pesos. Yo en los dos negocios me hacía ese dinero pero trabajando demasiado duro, ¿sí me entiendes? Entonces decidí cerrar el negocio de celulares y pensé que no me iban a seguir molestando. Pero a los siete meses volvieron con una nueva cuota”.

El migrante que reparte publicidad

Anyelo no pudo más y llamó a sus hermanos que estaban en España para pedirles ayuda. Él también quería venir. “Me dijeron que me apoyaban, vendí el carro y todo y decidí venirme para acá a buscarme la vida, otros horizontes. La idea era que se vinieran mi esposa y mis hijos, pero al llegar yo aquí uno se encuentra con la realidad. Mis hermanos me habían dicho que había que trabajar duro; uno viene con muchas ganas de trabajar y ves que no está fácil si no tienes papeles”.

“Llevo aquí dos años y cuatro meses. Encontré el trabajo en Milanuncios. Trabajé repartiendo publicidad y no es mucho lo que ganaba, me pagaban 20 euros al día y trabajaba de diez de la mañana a cinco de la tarde. Trabajaba en todo Madrid, te daban un mapa con tu zona y ya ibas tú con tu carrito a buzoneo o lo que sea”.

20 euros al día por cinco días a la semana de trabajo son una media de 400 euros al mes de sueldo. “Es un trabajo en negro porque yo no tenía papeles, era ilegal. Uno sabe que se aprovechan de uno, que no nos pagan bien. La necesidad tiene cara de perro, dicen en mi país”.

“Mi esposa me recalcaba mucho que quería venirse pero yo económicamente lo veía muy duro. Ella había conseguido allá un trabajo estable y yo estaba acá viviendo en un garaje. Yo le decía que esperara que mejoraran las cosas, ella me decía que renunciaba a su empleo en Colombia y yo cómo la voy a hacer renunciar y venirse acá. Entonces las cosas empezaron a ir mal y decidimos separarnos”.

Vuelven los niños de fondo pero nosotros seguimos a lo nuestro sin inmutarnos.

“Con la pandemia nos dijeron que no trabajaríamos hasta nueva orden, hasta que se normalice, que nos avisará. Esta semana he hablado con él porque claro, si no trabajas, no te pagan».

«Si pudiera elegir a mí me gustaría mucho trabajar de teleoperador, me considero como bueno para hablar por teléfono, comunicarme con la gente y todo eso”.

Anyelo Osmar Díaz López busca trabajo: vive en un piso de acogida con comida donada
Anyelo y Ceci serán padres en septiembre.

El migrante que vive en un garaje

Al poco de llegar se encontró con un anuncio, también en Milanuncios, que decía que se alquilaba habitación por 150 euros. La habitación no era en una casa, era en un garaje. Llegaron a vivir 15 personas en habitáculos donde compartían espacio de tres en tres. “Nosotros sabíamos que no era un buen sitio para vivir, pero también el hombre que nos recibió, el que nos alquiló, nos dio una mano para no mojarnos, para no pasar frío. Aprendí a valorar eso”.

Lo bueno de su etapa en el garaje es que allí conoció a Ceci, su novia. “Conocer a Ceci es como una paz, me trae mucha paz. Es una muy buena niña, es muy humilde. A mis casi 42 años, a pesar de que ella tiene 26, he aprendido demasiado de ella”.

En el garaje también conoció al coronavirus. “Nosotros nunca creímos que lo teníamos. Yo realmente solo tuve fiebre, los síntomas, un solo día. A mí no me hicieron prueba, pero deduzco que lo tuve porque a Ceci sí le hicieron y yo era la pareja. Otro de los compañeros también lo tuvo y estuvo muy afectado. Nos dijo una doctora: en el espacio que ustedes viven, si él lo tuvo, el 90% de ustedes se tuvo que haber contagiado”.

Durante el confinamiento vivían ocho personas en el garaje. “La cuarentena, pues nosotros somos muy caseros pero que a uno lo priven de esa libertad de poder salir es muy diferente a todo. Un espacio bien pequeño, viendo siempre las mismas ocho personas, sin poder salir. Nos sentíamos en la cárcel”.

Ceci está embarazada, en septiembre dará a luz una niña y Anyelo será padre otra vez. “Siento demasiada alegría. Deseo para ella una estabilidad y que venga bien de salud. Por el momento para mí es lo más importante”.

Dice con absoluta calma, como todo lo que ha dicho y dirá.

En un piso de acogida y con comida donada

Como Ceci estaba embarazada, Cáritas entró en acción. No podían seguir viviendo en las condiciones que lo hacían en el garaje y les proporcionó a los dos una habitación en un piso de acogida. Reciben además algo de dinero de la organización y comida de Bocatas. “Mi hermano también me colabora mucho. Estamos muy agradecidos a todos, han sido un gran apoyo. A Jesús y Esperanza de Bocatas, ha sido demasiado, demasiado. Yo era como muy incrédulo, si usted en Colombia no tiene, se va dormir a la calle o se muere de hambre. Aquí, gracias a Dios, se ve esa esperanza que le dan a personas de pocos recursos. Yo le digo a Ceci que aquí somos afortunados, que puede haber personas ahora peor que nosotros”. 

“Pensábamos que nos iba a costar adaptarnos al piso, pero nos hemos adaptado bien. Unas muy buenas personas acá también, excelente. Somos 12 en total. Es como compartir con la familia. Igual. No siempre es perfecto pero todo es tratar de llevarse bien porque de alguna u otra manera somos familia todos, estamos con la misma necesidad. Se siente un calor de hogar que no lo sentía yo en el garaje a pesar de que allí vivía con amigos, pero no sé por qué no se sentía un hogar”.

Anyelo pidió asilo, inicialmente quería dejar pasar los tres años para acogerse al arraigo, pero acabó pidiendo asilo. “Yo tenía cita para el cambio de tarjeta blanca a la roja, la de trabajo, pero perdí la cita por la pandemia. Me han dicho que puedo trabajar si llevo mi tarjeta blanca y una información que me he impreso de internet. Estoy mandando muchos currículums y todo eso, pero es que es muy difícil. Yo terminé lo que fue el Bachillerato y no más, a la universidad no fui”.

El pasado mes de mayo había 3.857.776 parados registrados en España, un 0’69% más que el mes anterior. De esos casi cuatro millones, 506.882 eran extranjeros. Pero Anyelo no forma parte de esta estadística: ni ha estado dado de alta como trabajador, ni está registrado como demandante de empleo.

Las voces de los niños vuelven, son cuatro familias las que viven en el piso, pero nosotros seguimos a lo nuestro con Anyelo inmutable.

“Soñaría con un buen trabajo, no tanto un buen trabajo como algo fijo, algo estable. Que te llega el fin de mes y digas cuento con esto, tengo para comprar a mi bebé esto: para pañales, para ropita. Eso me preocupa también, todo eso lo pone a uno a pensar un poco”.

“Tengo miedo de lo que pasa en Colombia, claro, se queda uno con secuela de lo que le pasó a mi hijo y a mi abuela. Yo ahorita llamo a mi mamá y no me contacta y pienso: ¿será que le pasó algo, que se le metieron en la casa? Siempre estoy con ese temor. Pero temer que me pase algo aquí no, es otra vida, es otro mundo a pesar de que hay tantas carencias con el trabajo, pero aquí ando tranquilo”.

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  1. Ana E. Hernandez

    Me ha gustado muchísimo.
    Duro ,problemático, pero todo envuelto en la dulzura de Anyelo.

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