Historias cotidianas que solemos ignorar

Migraciones

El orgullo de ser trabajadora del hogar

El trabajo de Marga Martínez es limpiando casas y oficinas, así es su vida

Marga Martínez tiene 57 años y es de Ecuador. “Vine en 2000 cuando la situación en el país se puso un poco complicada con esto de la dolarización, el dinero en algunos bancos se perdió. Eran tiempos de salir y entonces era más fácil venir aquí que ahora. Ahí cogí una mochila llena de ilusiones, proyectos y mucha culpa por saber que dejas a tus hijos, a tu familia: cómo queda la familia allá y tu acá. Tengo un hijo y una hija, cuando vine uno tenía 18 y la otra 8. Vine en septiembre y en diciembre traje a mi marido y a la pequeña. Me endeudé para poderlos traer y ya se quedaron. Es duro traer a tu familia y no tener una estabilidad. Yo compartía habitación con otras chicas, seríamos unos quince en ese piso y no te quedaba otra porque hasta comenzar, esto es lo que hay; y estoy agradecida de que me recibieran cuando llegué, pero era como dónde pongo a mi marido y a mi hija. En Ecuador vives en una especie de chalés y acá compartes piso. Allí vivía el día a día, si hoy tengo sopa y arroz, pues comes, si no tienes arroz, pues solo sopa; aunque nunca me ha faltado la comida ni la vestimenta”.

“Tú vienes y no sabes qué es lo que va a pasar. Esto es lo que hay, no pensé que era así pero vienes a vivir la aventura. La palabra empatía… esas personas que van en caravanas a Estados Unidos, las que vienen aquí en patera. Yo soy afortunada y vine en avión. Si supieras la historia de cada uno entenderías por qué vienen”.

Limpiar

“Me he dedicado más al trabajo de la limpieza y a veces a los cuidados, pero no he trabajado de interna. Limpié el Teatro Lara y el Apolo, ahí conocí a Raphael. Antes no había trabajado de eso, soy peluquera, pero al ser inmigrante es lo primero que consigues. Lo hacía con responsabilidad porque me estaba dando para sobrevivir, veías que tenías el dinerito: gracias por esta bendición que no me está faltando. A los diez días de venir ya estaba trabajando con una reportera de Telemadrid, cuidando a su niño. Fue mi primer trabajo y ella me ayudó con los papeles. Recogía al niño del cole y hasta que ella viniera pues ducharle, darle la cena y esas cosas. Me metí a un curso de cocina porque tú cocinas diferente, nosotros hacemos tortillas o lentejas pero de otra manera”.

“Ahora limpio casas y lo compagino con un trabajo en una empresa de limpieza que empecé en 2001. Mi primer trabajo con esa empresa fue en la Autónoma y ahora limpio oficinas. De seis a siete de la mañana estoy en la oficina limpiando y con ese horario puedo llevar luego a mis nietos al cole. Cuando llego mi hija se va; ella trabaja también en limpieza, tiene un graduado en educación infantil pero para conciliar las horas con los niños –porque ella se separó– este trabajo es mejor. Y luego de seis a nueve de la tarde limpio oficinas y el espacio de entre medias es para limpiar en las casas: tengo unas tres casitas. Trabajo de lunes a viernes”. Nosotras nos vemos un sábado porque entre semana es imposible.

“A mis hijos les inculco que no tienen que coger nada, tienen que salir por la puerta igual que entraron. Encima que tienes la tilde de inmigrantes ladrones, a mí que no me señalen. A veces te dejan pruebas, dinero por ahí. Entiendo que dejas en tu casa a una persona que todavía no conoces y entre nosotras también puede haber buenas y malas personas”.

“Mi marido es administrador de empresas, ya me diga qué vas a encontrar acá. Él decía esto no es vida para mí y tenía intención de regresarse, pero encontró trabajo en la construcción, aunque tuvo que dejarlo por una lesión en la espalda. Después se fue de mensajero y trabaja de eso. En la pandemia nos salvó porque no se paró la mensajería y era el único que salía de casa a trabajar”.

Según el padrón de 2021, en Madrid viven 36.470 ecuatorianos.

Marga en el parque al que llevaba a las nietas de Ana.

Quién cuida a tu hija

La hija de Marga está encantada en Madrid y le agradece que viniera a vivir aquí. Pero no siempre fue así. “Mi niña tuvo que adaptarse a ser independiente con 8 añitos porque yo trabajaba de domingo a domingo. Estaba perdiéndome lo más, que era mi hija. Iba sola al cole, hacía los deberes sola, comía también sola. Es muy duro, te estás perdiendo las cosas que va haciendo cada día, pero en ese momento es como tengo que trabajar para que a mi hija no le falte nada, pero sí que le está faltando. No me di cuenta hasta que me contó cuando tenía sus 14 años: no sabes la soledad que siento. Me dolió cuando me dijo. El destino te pone a cuidar niños y tu niña sola en tu casa… Ahí yo decidí trabajar de lunes a viernes y dedicarme a ella”.

“A veces ni yo misma me cuido pero he aprendido que tengo que cuidarme, que es importante. Cuando puedo me doy mi paseo, me tomo mi vermú con mis compañeras y, si puedo, bailo, me encanta bailar. Y, sobre todo, disfrutar de mi familia. Desde que mi hija se separó vivimos juntos mi marido, mi hija y mis dos nietos –de 8 y 5 años–; esto ha cambiado mi historia. En casa nos apañamos económicamente, compartimos los gastos. En 2013 volví a Ecuador y ya no me gustaría vivir allí, solo ir de visita a ver a mi otra familia porque ahora mi familia está aquí”.

“A veces pienso que si no hubiera migrado no habría conocido esto, pero también reflexiono de cuántas cosas me he perdido de mi familia al otro lado del charco: nacimientos de sobrinos, cumpleaños de los padres… Cierras el teléfono de hablar con ellos y te quedas un poco tocada, piensas que no los vas a ver. Si llegan malas noticias, que llegarán, será duro, pero tienes que aprender a vivir con eso”.

Activista de las trabajadoras del hogar

“Cuando puedo compagino mi trabajo con el activismo, soy activista. Cuando llegué no sabía qué hacer y en 2004 hice también mi pasión, que es el fútbol, y formamos un equipo de mujeres. Mi hija también jugaba y otras compañeras. En los partidos nos pegaban unas goleadas”, recuerda riéndose. “Soy del Barça y lo veo siempre. Jugar al fútbol fue una etapa de mi vida que duró dos años. En 2006 yo limpiaba un centro hispanoecuatoriano y me hablaron de Territorio Doméstico, fui a conocerlas y desde entonces no he salido. Luchamos por las trabajadoras del hogar. Al principio decía qué será esto y ahora me siento empoderada, me ha refortalecido y me vengo arriba porque estoy contando las historias que nos pasan, no me estoy inventando nada. Tenemos un trabajo que no tiene los mismos derechos que los demás y es un proceso que cuesta cambiar pero lo importante es organizarse porque si te pones tú sola no puedes”.

“Para mí es para sobrevivir, pero es importante el trabajo que hago porque si yo no fuera a limpiar, esto no estaría limpito, ordenadito, con olor a limpio para otras personas. Mucha gente pasas la fregona y te pisan, se siente como que no le ponen valor a este trabajo, aunque hay personas que sí y tratan de dejar todo como lo han encontrado después de tú limpiar. Hay gente que te agradece y eso te da aliciente, aunque soy la persona que limpio, soy igual que tú, tú vales para tu trabajo con tus estudios y yo para el mío. Me gusta mi trabajo y desde que estoy organizada le he puesto valor: qué bonito me ha quedado, qué limpiecito. Si tú eres la primera que dices qué mierda de trabajo y no lo valoras, los demás lo basurean. Me doy cuenta de que lo hago bien porque no tengo quejas”. 

“Lo más difícil es que no te hagan contrato, que no se cumplan muchos derechos. El dinero lo estás ganando pero yo en las casas no cotizo a la seguridad social –solo cotizo en la empresa de limpieza– porque trabajo por horas y no gano suficiente como para hacerme autónoma. Nos dirán que estamos en dinero negro pero es lo que me queda para sobrevivir. Yo ahora voy para los 60, pero cómo nos jubilamos. Me he mantenido y creo que sirvo para trabajar aunque noto que pasan los años y me gustaría tener una jubilación digna… pero no acumulo. Entonces te cuestionas: qué va a ser de mí, qué va a ser”.

“Es importante visibilizar nuestras historias. Para mí salir aquí es grande, es como mira, nos están tomando en cuenta. Y allá donde voy digo con orgullo que soy trabajadora del hogar. Me gustaría que me vieran como iguales, ¿no? Todos llevamos el mismo color de sangre y de muertos vamos al mismo sitio. Por qué no una sociedad más igualativa de poder llevarnos bien. Bueno, soñar no cuesta nada. También sueño con un día de huelga de trabajadoras del hogar, yo creo que se pararía un poco el mundo”.

Marga en la calle Mauricio Legendre.

Relaciones laborales en el hogar

“Estamos en la calle de Mauricio Legendre –en el barrio de Chamartín– porque esta calle me trae muchos recuerdos. Fui a un curso de cocina en Cáritas y me dicen hay una señora que busca para que la ayuden con sus dos nietas. Vine a la entrevista y fue entrar a esa casa y tener la sensación de me voy a quedar aquí; la yaya era una persona tan dulce. Fue en 2002 y empezó siendo dos horas todos los días. Fueron pasando los años, las niñas iban creciendo y se terminó el trabajo de cuidarlas. Entonces ella me dijo no te voy a dejar sin nada y venía todos los sábados a limpiar su casa. Se fue haciendo un vínculo, desayunábamos primero y nos contábamos nuestras cosas. En 2015 enfermó”, recuerda emocionada. “Ana se llamaba la yaya. Entonces empecé a ir todas las tardes. Luego me ayudaron mi yerno y mi hija: él iba en la noche, mi hija la mañana y yo las tardes. Así hasta que falleció ese mismo año”.

“Ahora limpio unas oficinas en esta calle que hay atrás, todos los días paso por acá y todavía vivo ese duelo porque fue una persona que me trató como persona, no como trabajadora. Mira, en esa carnicería comprábamos, por aquí paseábamos… Ese vínculo fue tan grande que para mí esta calle es muy especial. Duele. Tengo contacto con los hijos, nos felicitamos los cumpleaños. Ella supo de mi activismo y me apoyaba total, me decía eres una chata guerrera”.

“Yo soy feliz con lo que tengo pero las relaciones en el trabajo deberían ser de respeto, de empatía, que no te traten de la familia porque no lo soy pero sí con consideración, con respeto. En el trabajo del hogar hace falta que te pregunten cómo estás, a veces te verán triste. Mira, aquí tienes mi mano si me quieres contar. Que no te vean como un robot, ponte el uniforme y dale. Es bonito eso de que nos pregunten, que nos digan una palabra”.

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  1. En hora buena guerrera Magda, yo también me pongo en tu lugar y estoy en lo mismo.
    Que vamos a llegar con la frente en alto.
    ¡Arriba goleadora!

  2. Felicitaciones! La DIGNIDAD ES TU VALOR!! ADELANTE!

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