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Migraciones

Guerra en Ucrania: una nueva huida

Kateryna Palanska vivía en Kiev y huyó del país por la guerra

“Soy Kateryna Palanska, tengo 30 años y soy de Ucrania. La guerra empezó un jueves y el sábado era el cumpleaños de mi marido. Tenía el día entero planeado con él y pensaba seguir adelante, la vida seguía normal para nosotros. La única que una semana antes de la guerra se puso muy rara fue nuestra perra: estaba triste, no quería salir a la calle. Luego no quería comer, estuvo mal hasta más o menos mitad de viaje, cuando cruzábamos Europa”.

Kateryna llama a su perrita Linda para que se asome y pueda conocerla a través de nuestra videollamada. “Es ucraniana, la acogimos allá en un refugio pero habla español”, dice riéndose. Su marido Josías es venezolano, así que la lengua oficial de la familia es el español.

“Tuvimos que salir por la guerra. Fue una decisión muy difícil. Mi madre vive en Torrevieja (Alicante) y nos insistía para que nos fuéramos antes pero nos negábamos. Hasta que sientes los efectos reales de la guerra… Nunca pensamos que Kiev fuera bombardeado, hasta ese momento no hubiéramos creído a alguien que nos dijera que estallaría una guerra en todo el país y que tendríamos que salir. Nosotros vivimos en Kiev y me desperté esa noche escuchando todas las explosiones”.

“Hicimos dos maletas y nos fuimos a casa de mi papá, que está a unos treinta kilómetros de Kiev. Esto es gracioso porque aunque yo tenga mucha experiencia haciendo maletas y cajas, nadie te prepara para hacer una maleta en cuarenta minutos cuando ni siquiera sabes cuánto tiempo vas a estar fuera y qué vas a necesitar. Entré en pánico y estuve como diez minutos histérica, caminando por mi casa y llorando. Tenía que armar una maleta y no entendía. Seguían bombardeando. Abrimos las maletas tirando todo dentro y cuando llegamos a casa de mi papá y las abrimos fue como qué hace aquí la PlayStation y sin cables, ¡ojo! Y me dice mi marido que la había cogido para hacer trueque si era necesario”, recuerda riéndose. “Y yo pero trueque con quién, quién va a querer una PlayStation en la mitad de una guerra y ¡sin cables! Pero bueno, son cosas que se te ocurren y es que todo es una locura. Yo lo primero que metí fue una caja que tengo desde que era pequeña con fotos de mi infancia. Se ha movido por todo el mundo conmigo. También metí este monito –me lo enseña–, que ha viajado conmigo desde que tengo 1 año. No sabes cómo hacer y metí los papeles, un suéter, cosas calientes como camisas de manga larga, cuatro bufandas de invierno (¡cuatro!), unos jeans, un pantalón de deporte. Y ahora me encuentro con toda esta ropa de invierno de Ucrania en España, que está empezando la primavera… Cuando hacíamos la maleta no sabíamos que íbamos a acabar aquí”.

“Creo que se te prende algo, instinto, y a la vez estás asustado y no entiendes cómo manejar la situación. Nosotros tuvimos la suerte de tener un coche con gasolina en el depósito”.

Kateryna con el monito que la ha acompañado en todos sus viajes desde que era niña.

Toda una vida migrando

“Nací en Bila Tserkva (Ucrania) y allí viví un año. A partir de ahí empezamos la movida de mudanzas. Nos fuimos un año a Moscú por trabajo de mis padres. En la época de salida de la URSS había una mafia interna muy heavy. Mis padres vivían muy bien en Moscú pero estas mafias podían ir y decirte me tienes que pagar esto para que no te toque. Empezaron también a amenazar a mi mamá, a decirle que habían visto a sus hijos en la calle y cosas así. Mis padres entraron en pánico y una noche agarraron sus cosas y se fueron. A partir de ahí es la huida. Estuvimos medio año en Polonia y luego conseguimos visado para estar otro medio año en Brasil. Allá mis padres no conseguían trabajo y estuvimos mantenidos por la gente que nos ayudaba. De Brasil nos fuimos a Paraguay, casi diez años estuvimos allá”.

Este es el motivo por el que Kateryna habla un español con acento latino perfecto. Para ella el español es casi casi su lengua materna.

“En Paraguay la comunidad ucraniana nos ayudó un huevo también: nos dieron casa, la llenaron con muebles, comida. Mi papá pasó de trabajar en banca a ser carnicero y luego pintor en las casas, hasta que aprendió español y empezó a trabajar en ventas en una inmobiliaria. Yo he vivido allá el saber que no tienes dinero para enterrar a tu abuela –porque nos la trajimos cuando se puso muy malita–. Nadie pensaba volver a Ucrania, no teníamos dinero para viajar. Entonces hubo un campeonato de fútbol sala y vinieron las selecciones rusas y ucranianas, y mi hermano trabajó de traductor para ellos. Cuando se fueron nos regalaron dos billetes para ir a Ucrania”, recuerda emocionada. “Vendimos todo, compramos los dos billetes que faltaban y nos fuimos, era el 23 de febrero de 2004”.

“En Ucrania estuvimos hasta 2011. Mis padres empezaron a trabajar en finanzas otra vez pero llegó la crisis y se fue todo a la mierda. Mi papá se quedó sin trabajo y otra vez mal de dinero. Yo entonces estaba en la universidad de Kiev y dijeron de irse pero yo no quería… Pero claro, para mí mi familia era lo más importante. Todas las historias que habíamos vivido unen mucho, aunque también tuviéramos problemas, pero era la única cosa estable que tenías en tu vida”.

“Así que nos vinimos a Madrid”. 

Primeros días de guerra

“Llegamos a casa de mi papá después de que empezaran los bombardeos en Kiev y allá estuvimos tres o cuatro días. Éramos unas trece personas. Preparamos el sótano con mantas en el suelo, alguna silla, comida. También teníamos una radio porque allí nadie sabe lo que hay que hacer pero te vienen imágenes de las películas de que en esas situaciones hay que tener una radio, ¿no?”.

“Creo que todos estábamos en estado de soldado, de no permitirte muchas emociones. Lloras, pero un minuto, no más, porque si sigues no vas a parar y así no puedes actuar. Siempre me he considerado una persona fuerte pero entendí que psicológicamente no iba a aguantar la guerra, me sobrepasó. Llegué al absurdo de tener miedo a ir a ducharme. En la ducha te tienes que quitar la ropa y no sabes lo que va a pasar en ese lapso de tiempo, si tendrás que bajar al sótano… Dormíamos poco, vestidos y con el móvil en la mano pendientes de todas las noticias y de los mensajes que llegaban. El mayor temor era que desapareciera la señal del teléfono y de internet”.

“En la familia de mi papá había niños y la abuela, y no querían irse. O nos vamos juntos o no nos vamos, decían, y lo entiendo. Mi marido y yo estuvimos dudando hasta el último minuto. Entonces la hermana de la esposa de mi papá me dijo: váyanse, no tienen hijos y tienen un coche. Tener que tomar la decisión de decirles adiós, dejarlos en mitad de la guerra, abrazar a mi papá y no saber si lo volveré a ver. Casi el ochenta por ciento de mis familiares y amigos sigue allí”.

“Sabíamos que teníamos que ir por pueblos, por carreteras que casi ni existen. Tardamos quince horas en llegar hasta la frontera con Rumanía y lo normal son cinco. Y nosotros tuvimos suerte. Veías tantos coches que eso te hacía sentir que no estábamos solos”.

“Ya desde casa de mi papá y en el viaje escuchaba y escuchaba por si oía un avión, una sirena. Cualquier microsonido me paralizaba, un perro ladrando, lo que fuera. Cuando íbamos en el coche preguntaba a mi marido y qué pasa si bombardean aquí, qué hacemos. Porque alrededor solo había cosechas y algunos árboles, estábamos en medio de la nada. Qué haces… no entendía la logística, lo que teníamos que hacer. También todo el tiempo muy pendiente de amigos, conocidos y familiares. La pregunta cómo estás se ha convertido en algo con sentido y no en algo que se dice por decir”.

“Lo más fuerte era en los pueblos pequeños ver las caras de las abuelitas. No sé qué sentían viendo cientos de coches huyendo. Otra imagen que se me ha grabado es que tuvimos que parar en las vías para que pasara un tren que iba lleno de niños. Las ventanas estaban abiertas y los niños miraban”.

“La frontera con Rumanía era un colapso, la gente nos decía que llevaba dos días y a mí me dio miedo quedarme, así que nos fuimos a la frontera con Moldavia. Diez horas tardamos en atravesar los dos kilómetros de frontera y créeme que fue rápido. Entonces colapsé. En el lapso de las dos y las dos y media de la madrugada no podía enviar ni recibir mensajes. Me asusté. Entonces el primer mensaje que me llegó de noticias fue que un misil había caído en una central nuclear al lado de Kiev…”. Kateryna se calla, mantiene la mirada alta y llora. “Como era la primera información no te decían más… Exploté, me puse histérica. Y luego ya nos llegó la información de que el misil había caído al lado de la central, no en la central. Sentí alivio”.

“En la primera gasolinera en el lado de Moldavia había comida gratis para refugiados. Pero tú no captas que eres un refugiado, no logras entender. Ahí ves las primeras miradas: lástima; apoyo; algunos no saben cómo reaccionar, se les ve perdidos; otros no te miran, no pueden. Viajando luego por Europa las noticias hablaban de refugiados pero creo que sigo sin sentirme así porque no acepto que está pasando esto, es muy difícil de aceptar. Quizás por eso no asumo la palabra refugiada, no la acepto internamente porque no acepto el hecho. Lo veo, lo entiendo, pero sigo pensando que todo es un sueño. Soy ucraniana, tenemos una guerra, sí, pero no quiero empezar mi vida de nuevo aquí, yo quiero volver a casa. Esto es temporal”.

“Tardamos cuatro o cinco días en llegar a España. En el camino encontrabas personas apoyando y ayudando, se agradece muchísimo. Creo que cada ucraniano va a estar agradecido con el mundo hasta el último día de su vida. Ahora estamos en Torrevieja, decidimos venir acá porque está mi mamá y su esposo. Tenemos esta casa en alquiler hasta el 24 mayo. Espero que termine para entonces la guerra y si no es así, irnos a los Cárpatos o donde sea, pero cerca”. 

Más de tres millones y medio de ucranianos han salido de su país huyendo de la guerra, según Acnur. Cuando leas esta cifra ya estará desactualizada y será mayor casi con toda seguridad.

Josias, Linda y Kateryna en la playa del mar de Kyiv. «Es un enorme lago donde no se ve el fin, por eso se llama mar de Kyiv». Foto cedida por Kateryna.

Primera vez en España

“Vine con mis padres a Madrid en 2011 y nos acogieron los tíos de una compañera mía de la universidad. Todos juntos limpiábamos una casa para ganar dinero. Me puse a buscar y encontré una habitación por 250 euros. En todas las habitaciones había familias enteras pero eso era lo de menos, yo estaba feliz porque podíamos pagar 250 euros. Mis padres estaban en su mundo en ese momento pero yo tenía claro que quería seguir estudiando. Pasé la selectividad española y busqué otro trabajo. Me contrataron en una agencia de publicidad pequeña a medio tiempo por 500 euros y yo feliz de la vida porque así podía estudiar. Ingresé en la Complutense para estudiar Ciencias Políticas. El problema es que al final la agencia fue una putería, trabajaban con anuncios clasificados. Además un día mi jefa me dice: también tengo dos páginas web de porno y necesito que me ayudes con unas fotos. Y ahí estaba yo retocando fotos de travestis desnudos. Moralmente fue muy duro, iba y volvía del trabajo llorando”.

“Empecé con ataques de pánico y desde entonces vivo con ansiedad. España para mí es de las épocas más difíciles y crueles que he pasado. No pude terminar la carrera porque no pude pagármela. Antes de dejarla viví episodios muy duros en la universidad. Cuando pasó todo lo de 2014, yo ayudaba mucho desde aquí, hasta di charlas hablando de Maidán. Viví persecuciones, amenazas de muerte, en aquella época si yo era ucraniana y defendía el Maidán, era nazi. Punto, nada más”. 

“Mis padres se habían separado y yo ya estaba de novia con Josías. Vivíamos juntos, él estaba con su doctorado y yo hacía trabajitos de traducción y repartiendo flyers en Sol, lo que podía. Entonces pensé: hablo cinco idiomas –español, portugués, inglés, ucraniano y ruso–, voy a buscar trabajo en Ucrania, a ver si encuentro algo. Y fue así como me salió mi primer trabajo a distancia en una empresa de tecnología, así que le dije a Josías: en Kiev hay trabajo, vamos a probarlo. Y fue la mejor decisión que pudimos haber tomado”.

“En Kiev hemos vivido los últimos cuatro años. Al principio fue muy difícil pero fuimos creciendo en el trabajo y la vida cambió totalmente: de no tener nada a vivir bien. En enero nos metimos en una hipoteca de un piso, compramos un coche. Y poder viajar, no viajar por mudanzas, viajar por gusto. Y nada, empezó la guerra. Pero no voy a permitir que algo así arruine mi vida. Cuando la normalidad llegó a mi vida en estos dos últimos años yo ni sabía cómo se hacía, incluso me saboteaba a mí misma, pero lo logré. Logré apreciar muchísimo esa normalidad, me encantó y quiero tenerla de vuelta”.

Ayuda a Ucrania desde España

“Llevaremos en Torrevieja unas dos semanas: mi marido, Linda y yo. Desde antes de salir de Ucrania yo ya empecé a ayudar y aquí sigo. Gestiono la movilización de la gente a un lugar seguro, busco dónde se pueden hospedar en una ciudad y ese tipo de cosas. Desde que estoy en España también ayudo a los que llegan con los papeles y demás. También ayudo al ejército. Diseñadores de moda ucraniana han parado la maquinaria y la han dedicado a hacer chalecos antibalas, ropa térmica, etc. Yo tengo varios batallones de contacto y una amiga gestiona desde Ucrania estos batallones. Les compramos cosas según las necesidades que tienen. Por ejemplo, monoculares térmicos, que soy muy caros, pero intentamos conseguir el dinero para comprarlos aquí en tiendas de caza. También compramos ropa térmica y lo que necesiten: comida, cascos, kits de primeros auxilios. Las redes que se han creado de ucranianos son como una empresa de todo. Hay un chiste ahora entre nosotros: le dices a un ucraniano que consiga un dinosaurio vivo y se consigue. La autogestión que se está dando es increíble y por eso creo que se está aguantando”.

“Soy superpacifista, era de esas personas que decía que lo peor que puede hacer un país es mantener un ejército, pero esta es la realidad y lo que hace falta. Mi papá está en edad de luchar. No me gustaría que luchara, me daría miedo, pero si quisiera, tengo amigos que están ahora en el ejército y les agradezco con toda mi alma que estén allí”.

«El mejor cumpleaños con mi familia elegida, mis amigos, 30 añitos. Dos de los chicos en la foto están ahora en el ejército». Foto cedida por Kateryna, que aparece abajo a la derecha.

Reflexiones de una guerra y una vida

“Hasta día de hoy me arrepiento de haberme ido. Esa culpa de estar fuera. Entiendo que ayudo más aquí pero siento entre vergüenza y culpa. Ese sentimiento lo tenemos la mayoría de los que nos hemos ido. La culpa apareció desde el minuto cero que salía de casa de mi papá, sentía que no era lo suficientemente fuerte. Ahora intento demostrar de cualquier manera que soy ucraniana, quiero que sepan que soy de allá”.

“Tampoco te sientes ubicado. Cuando llegas a España y ves que todos a tu alrededor llevan una vida normal: la gente va a tomarse su café, al trabajo, tienen conversaciones normales, pero tú no entiendes, no encajas. Me paralizaba, no eres capaz de hablar con nadie de algo normal más de cinco minutos. Si lo hago me siento incómoda y nuevamente culpable por estar haciendo eso. No me gusta hacer vida normal ahora, no me siento bien haciéndolo. No siento que tenga vida ahora mismo. Mi marido y yo mantenemos nuestros trabajos a distancia pero tampoco puedo trabajar mucho. Ahora trabajo en marketing y ventas en una empresa tecnológica. Los jefes no nos presionan, ayudan muchísimo, no ponen problemas. Nos sentimos afortunados porque nuestras condiciones de guerra no son las de la mayoría: tenemos nuestros trabajos, una casa, mi mamá está aquí. Y todo esto significa que puedo ayudar más”.

“Físicamente dejé de temblar hace una semana y ahora tengo algún espasmo. No me sentía a gusto si me tocaban. Hace poco empecé a dormir mejor. Siempre he soñado mal pero aquí me he ha pasado de oír ruido en mitad de la noche y pensar que los rusos entraban en la casa y despertarme gritando”.

“Llevo haciendo terapia pausada cuatro años. Hay muchos psicólogos, como mi psicóloga, que también se han puesto gratis a ayudar a la gente. Por eso estando aquí no quería volver a mi psicóloga –por videollamada–, no quería ocupar su tiempo porque lo mío no era importante, pero mi marido me convenció”.

“Lo único que espero y que me da fuerzas de seguir adelante es saber que vamos a ganar, que ganaremos esta guerra y que Ucrania se va a reconstruir. Espero que no se alargue porque el horror y la muerte es lo peor. Cada día muero por dentro cuando veo Mariupol y otras ciudades ucranianas, pero no tengo dudas de que vamos a salir adelante, tengo tanta confianza en nuestra gente. La sensación de querer abrazar a mi gente es insuperable. Veo aquí una matrícula de coche ucraniana y me pongo a llorar porque siento que es mi hermano”.

“Necesito que termine la guerra, que la ganemos y que dejen de morir personas. Con la gente de allá hablamos de lo que vamos a hacer después de la guerra y, aunque cuesta mucho, juntos es más fácil y a veces nos pegamos unas risas. Tengo una amiga que lleva un mes en un búnker y cuando me siento mal me acuerdo de ella porque tiene una fuerza inmensa”.

“Todos tenemos esa fuerza de poder superar las cosas y si mi historia puede ayudar a alguien a tomar esa esperanza… Hablar contigo me da fuerza porque me recuerda todo lo que he pasado y entonces sé que esto lo paso también. Tuve la estabilidad por primera vez en mi vida hace dos años y me han quitado eso, nos han quitado esa experiencia de tener un hogar, una raíz, de por fin tener planes. Antes de eso mi vida era caos. Continuamente me repito: quiero ir a casa. Volver”.

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  1. Ana+E.+Hernandez

    La categoria de una persona a la que le han robado todo y sigue con entusiasmo doloroso, esa lucha por su tierra y su gente.
    Como el contacto con sus paisanos y su tierra en general le devuelven la alegria de vivir, que sera plena cuando esten en KIEV.
    GRACIAS POR TU LECCION DE VIDA

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