Historias cotidianas que solemos ignorar

Cárcel

Maneras de vivir

Gaby Ángel Soñer Ruiz ha estado en la cárcel, ha sido adicto a las drogas y hoy es un roquero de música católica

“¡A mí me dicen que había sitio para ir a la Luna y me voy! ¿De qué sirve una vida si no es para vivirla?”, dice con una gran sonrisa.

“Yo siempre estoy bien. Soy un hombre feliz de siempre. No tengo problemas. Soy un superviviente y los supervivientes somos conscientes de ello; soy un superviviente porque tengo 58 años, soy de la década de los ochenta y es algo heroico porque fue una década mortífera. Imagínate tú con 18 años en 1980…”.

“Gaby me llama todo el mundo, me lo puse yo por la dificultad que hay a veces de pronunciar Gabriel. Soy Gaby Ángel Soñer Ruiz, nací en Orihuela (Alicante). Cuando tenía cuatro o cinco meses me llevaron para Francia, yo soy hijo de inmigrantes, mis padres se fueron allí a trabajar”.

El nacimiento de un joven roquero

“Una vez me preguntaron en el colegio qué quieres ser de mayor y yo dije: yo voy a ser una estrella, no sé de qué, pero tenía que ser estrella de algo. Se rieron de mí”, dice con una carcajada. “Yo siempre he sido muy soñador. Tengo el síndrome de la ventana: para mí una ventana significaba otro mundo, otro universo”.

“Una profesora me pegaba. Yo me meaba encima al ir al colegio del miedo que le he tenido a esa mujer. Y eso que siempre he caído bien a las mujeres”, dice con una mirada pícara. “Me pegaba todos los días y eso lo tengo ahí clavao. Mis padres no se atrevían a hacer nada por ser inmigrantes, pero me ayudó el padre de una chica. Y a la profesora la despidieron. Ahí nació ya mi rebeldía natural. A partir de ahí nunca permití que nadie más me hiciera daño”.

“Empecé a cantar a raíz de que un profesor de Matemáticas me echó de clase. Yo estaba mirando por la ventana el entrenamiento de las chicas de balonmano y el profesor se mosqueó y me echó. Me puse a cantar por el pasillo de camino al despacho del director a que me echara un rapapolvo. Unos chavales me oyeron y preguntaron quién había estado cantando a esa hora. Vinieron a verme y me dijeron que tenían un grupo destroy, punk puro, que se llamaba Genocidio y que si quería unirme. Era 1977 o principios del 78 y yo había nacido para ser estrella, qué iba a hacer, ¡unirme!”, recuerda divertido. “Estuve poco con ellos porque me vio un gran guitarrista que me dijo vente conmigo y yo me fui. Formamos un grupo que se llamaba Smoking Band y ahí aprendí realmente el oficio”.

Desde aquellos años de juventud es roquero y morirá siéndolo, dice que lo enterrarán con su chupa. Nunca ha dejado de formar parte de un grupo. Jamás. Pese a todo.   

“Yo soy el prototipo del rocker también por la parte intelectual. Nunca he sido un rocker atontao. Había que leer a Boris Vian, Albert Camus. La rebeldía tiene que ser tanto intelectual como en la mismísima calle”. Pronuncia todos estos nombres, como tantas otras palabras en la conversación, en un perfecto francés. Su castellano también lo es, si no te cuenta lo de Francia, piensas que lleva en Orihuela toda la vida.

Rock and roll y… drogas

“La gente de mi quinta lo normal era fumar petas –porros–. Todo el mundo fumaba. Un día alguien tenía caballo –heroína– y lo caté por bravuconería porque al principio no me gustó, vomité mucho. Pero empecé a tomar más y más hasta que ya era demasiado tarde. Pero yo fui un dandi de la droga, no un yonqui callejero. Cuando me di cuenta de que era un tío que necesitaba eso para estar bien, no quise hacer lo que hacían los demás de lloriquear para conseguir droga, de robar en cualquier sitio. Yo empecé a mangar a camellos. Yo tenía que estar arriba, ¿o por qué te crees que me metieron en el trullo?”, dice con una nueva carcajada. “Un amigo y yo viajábamos por Francia robando caballo. Hacíamos una pequeña compra, te enterabas entonces de quién movía y le robábamos. Robamos a mucha gente”.

“En plan bestial lo de la droga me duró del 80 al 84. Mucha gente se murió, demasiados. Cuando estás metido en ese mundo no ves la muerte de la misma manera. La ves pero no le tienes ningún respeto, si le tuvieras respeto harías las cosas de otra manera. El problema fue cuando apareció el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Yo seguí con la copla y el 80% de mis colegas se contagiaron. Fue complicado”.

“Yo no quería dejarlo, ¡si tenía todo lo que quería! Dinero en el bolsillo, mujeres, rock and roll. ¿No sabes la canción, Sex & drugs & rock & roll?”, y se pone a cantarla con una sonrisa. “Estaba ocupado todo el día entre la música –seguía cantando en un grupo–, la droga y dar el palo”.

Sexo, drogas, rock and roll… y cárcel

“La policía me quería trincar por un asunto de drogas pero no tenían nada para pillarme. Entonces yo proporcioné una información a unos para que dieran un palo muy gordo, pero les salió mal y los pillaron… y hablaron de mí. Me condenaron a 48 meses por asociación de malhechores, no sé cómo se dice aquí. Tenía 22 años, me detienen en Montpellier en el 84. Cuando entré sabía perfectamente lo que me esperaba, que era defenderme a muerte porque ahí dentro había más de uno que había tenido problemas conmigo. Pero de haber seguido en lo de antes era morir, alguien me habría matado más tarde o temprano. ¿Tú crees que puedes estar sirlando impunemente a los camellos?”.

“En la cárcel fundí a palos a un tío que iba como de jefe para que supiera que conmigo no se podía pasar. En el 85 hubo un motín, yo ahí ya estaba muy bien, ya me había apañao. El motín me importaba una mierda y estaba sentao tranquilo, pero entró la policía y se puso a dar palos. Yo le di a un policía y me acabaron trasladando a un trullo que hay en la Isla de Ré. Allí me pusieron una pegatina roja como que tenían que tenerme vigilado. A unos cuantos les di palos en la cárcel pero siempre para defenderme o para conseguir algo: protegerme. En la cárcel hay que protegerse y hay que saber hacerlo”.

“Yo estaba enmonao. En aquellos tiempos no había droga en la cárcel, no había ni televisión. Tenías que leer constantemente…”. Gaby se me queda mirando y antes de que me dé tiempo a decir nada…

–¿Cómo pasé el mono en la cárcel? ¿Es lo que te estás preguntando?

–Sí.

“Yo sabía que si pude engancharme, podía desengancharme, si has tenido el valor de meterte en esa mierda, tienes el valor para salirte, punto. Un hombre sin honor no es ná. El tema droga estuvo superado en 15 días. El mono es difícil, te duele 72 horas. Es dolor físico, pero a las 72 horas los vómitos han parado, las diarreas, las alucinaciones. Y después te queda como una gripe, como un coronavirus maligno”, dice riéndose. “Y después te queda el cerebro, que es lo más difícil, es tu peor enemigo, te llama a delirar, a hacer tonterías. Yo he visto a gente beberse la colonia en el trullo. Pero yo cuando dije se acabó, se acabó. Además para sobrevivir tienes que estar en plena forma y yo entré pesando 62 kilos, era un tirillas con muy mala leche, pero un tirillas”.

Estudiar y hacer música en la cárcel

“El tiempo en la cárcel fue un tiempo de mutación, ahí cambié la piel. Leí un día un papel de un asistente social que decía que si te presentabas a unos exámenes te reducían la condena. Qué hice, me puse a estudiar a muerte. Cumplí 28 meses de condena. A cambio de la protección que me dio un preso importante, yo estudiaba y ayudé a estudiar a otros. Me di cuenta de que tenía más recursos de los que pensaba, mi cerebro empezó a trabajar 10 veces más deprisa. No tenía lo que te atonta del consumo de heroína, estaba muy espabilao. Mi primer examen fue la nota más alta de toda la zona donde estaba”, dice riéndose.

“Enseguida me enteré en la cárcel de que había un taller para músicos y eso para mí fue el cielo. Me junté con unos chavales y formamos un grupo en el talego, era muy divertido. Se llamaba Dure Limite, se traduce algo así como el límite más duro. Hacíamos rock and roll. Cuando había una fiesta especial nos soltaban en el salón de actos a tocar”, rememora entre risas.

“Yo recuerdo haberme reído mucho en la cárcel. No he tenido una etapa dura dentro, como tenía cosas que hacer y metas que alcanzar… Pero me negué a recibir visitas, no me gusta la gente que se apiada de ti. La condescendencia y que vengan en plan ay, pobre”.

“La cárcel no te enseña nada, destruye, es una apisonadora. Solo se salvan aquellos que tienen unos recursos intelectuales por encima de la media. Los demás se van a la mierda porque se enfadan por todo y no analizan porqué se enfadan. Se enfadan con el guardia, con la sociedad, pero no se analizan ellos. No asumen su situación y se van hundiendo. Al salir a mí lo que me costó soltar es responder con el lenguaje de la violencia. Tú me faltabas al respeto y yo no te daba muchas opciones”.

“Cuando llega el típico idiota a la barra de un bar y dice que en la cárcel se vive mejor que en la calle, que allí tienen piscina… Idiota, no sabes lo que dices. Como te tengas que mear encima porque no puedes salir del chabolo –celda–… En la cárcel no puedes hacer nada por ti mismo, todo está controlado. La privación de libertad es lo más duro para un ser humano. Eso mucha gente tendría que tenerlo tatuado en la frente. Pierdes tu nombre, eres 9308. ¿Cómo te sentirías si en vez de llamarte Winnie yo te llamara 9308 todos los santos días de tu vida?”.

Según el Consejo General del Poder Judicial, en diciembre de 2019 había 58.517 personas en la cárcel en España.

Gaby Ángel Soñer Ruiz y la vida antes y después de la cárcel
Gaby siguió haciendo música mientras estuvo en la cárcel.

Vida después de la cárcel

“Una madre que ve a un hijo que se va a la mierda lo prefiere muerto que así. Pero luego nos arreglamos, ¿no te he dicho ya que soy un hombre de honor?”, dice con una sonrisa. “Yo salgo de la cárcel en el 86 y el día después de salir aterricé en Alicante. De ahí me fui a casa de mis viejos después de tantos años. Me abrazaron y me dijeron bienvenido”.

“Yo sabía que había dado un paso que no tenía marcha atrás. Quedarme era seguir con la misma vida. Aquí tenía a mis padres, que ya habían venido de Francia unos años antes. Tenía pequeños puntos de apoyo”.

“Yo he dado charlas hablando de este tema, la cárcel no tiene que ser el fin. Hay algo más y no es una leyenda. Con mi temperamento no puedo trabajar para nadie y mi padre me cogió y me dijo: te voy a enseñar. Y lo que me enseñó fue a ser zapatero, que le había enseñado un amigo. Durante seis meses estuve aprendiendo con mi padre los rudimentos del oficio de zapatero y me monté por mi cuenta: me dedico a reparaciones extremas. Conozco todo: costuras, contracosturas, desarmo botas y las vuelvo a armar. Me mandan por correo calzado para reparar de muchos sitios de España”. Su negocio se llama Mil millas en tus pies.

“Ahora tengo también mujer e hijo. Mi hijo tiene 30 años”.

Pero no solo se convirtió en zapatero. “Llego a España y me transformo en el roquero más loco. Monté la banda Capitán Flynn y conseguí premios nacionales. Estuve de gira con Barón Rojo, Barricada, Rosendo, Los Suaves”.

–¿Tomabas drogas entonces?

–Drogas socializantes. Me metía tiros de farlopa –cocaína–. Pero podía meterme cuatro turnos y saber que hay un lunes, que el lunes tenía que estar limpio. Es normal, estábamos todavía en los ochenta. Se tocaba mucho, se dormía poco, había que hacer muchas cosas.

La conversión de Gaby

Gaby y yo estamos hablando por Skype, seguimos con el distanciamiento propio de la pandemia de coronavirus.

–¿Dónde estás ahora?

–Estoy dentro de una ermita. ¿Quieres que te enfoque al Cristo que está justo al lao? Es el Cristo de San Damián y la Ermita es la de San Antonio de Padua de El Rabaloche, que es mi barrio. Este es el lugar donde más me siento yo mismo por la importancia que ocupa la fe en mi vida. La fe es el motor de mi existencia. A mí la existencia de Dios siempre me causó un problema antes de convertirme.

Un día estaba en su casa fumándose un porro mientras calentaba un tazón de leche. Entonces vio un librito y lo abrió. “Leí lo primero que me encontré: No me mueve, mi Dios, para quererte…”. El Soneto a Cristo crucificado. “Hubo un antes y un después para siempre. Me estaba fumando la vara, leo eso y tengo una visión de Dios. Yo me veo como Dios me ve. Yo en mi vida había visto tanta mierda en tan poco espacio, que quepa tanta mierda en una persona. Era inmundicia andante. Me entró un cague que flipas. ¿Tú sabes lo que es verte como Dios te ve? Me fui a un psiquiatra que tenía muchos títulos detrás colgaos pero a mí me pareció un tontolaba. Me quería dar Prozac y cosas así, ¡a un exdrogadicto! Me quería atontar. Qué hice, fui a ver a una viejecica de mi barrio que se llama Carmen La Colica, que yo la tenía por muy inteligente. Ella me llevó a un convento de franciscanos y yo con un mosqueo… Me esperaba un frailucho, y los frailuchos son peligrosos porque son más listos que el hambre. Ese estaba doctorado en psicología. Esto no va mucho conmigo, le dije. Pero poco a poco dejé que la luz se hiciera más grande… esto fue en el año 98. Un día me fui a una misa muy temprano por la mañana para que no me viera nadie. Me puse detrás de un pilar. Las pintas que tenía entonces: chupa, botas, espuelas, era un roquero sideral. Mi primera impresión de la misa era una panda de mentirosos, que esa gente no se quería, y me fui. Pero sin saber porqué volví y volví y volví. Y un día el sacerdote estaba diciendo porque tú… Y me señaló, que a lo mejor no me estaba señalando a mí, pero fue como un rayo que me da en la frente y desde ese momento recibo una cantidad de formación espiritual… me quedo con cada palabra, con cada frase, con cada coma, con cada punto”.

“Empecé a comprar compulsivamente libros franciscanos. Yo vivo en un barrio muy conflictivo y aquello fue como un terremoto mental: el amor al pobre, el amor al desvalido. Me volví adicto de la contemplación. Cambié mi ritmo de vida, me levantaba a las cuatro y media y oraba contemplativamente hasta las ocho. Orar contemplativamente es dejar que Dios se manifieste a través de tu propio silencio”.

-Pocas horas de sueño tendrías…

-Dormir para mí es un problema, no me gusta dormir. Yo me acuesto siempre pensando que me quiero levantar. Dormir es lo más parecido a estar muerto. Ahora oro de seis a ocho de la mañana.

-¿Y tu familia cómo se tomó tu conversión?

-Pues imagínate, mi mujer estaba casada con un roquero y una mañana me ve así con el librico, el peta, el bol de leche y pensaba que había perdido la chaveta. Tengo un pacto de no agresión con ella con este tema de la religión.

Desde que se convirtió está limpio, ha dejado todas las drogas, pero no la música.

Aterrizaje en la música católica contemporánea

“La música no es un divertimento, es una forma de vida. Ahora tengo la Trouper’s Swing Band, es la banda secular donde canto para ganar plata extra. Estoy recorriendo Europa, hacemos música swing . Y ByandCo, que es de música católica contemporánea. Antes tenía la Gaby and Company, pero la sabotee este verano pasado para montar esta otra. Mi lenguaje es el de la música. En mi música hay acordes de jazz, de bossa, de blues cuando canto para Dios. Las letras hablan de lo que a mí me parece importante”.

“En esta cuarentena ha sido un gran dolor no ir a misa. La veía por la tele y como tengo amigos sacerdotes, me enganchaba por internet a sus misas y oía tres o cuatro misas el mismo día. Si a la misa se va por amor, te lo pasas muy bien”, dice sonriendo. Cuesta imaginarse a Gaby parado y encerrado durante el confinamiento, pero la realidad es que no lo hizo. “Oraba y me venía a la ermita tres horas por la mañana y tres horas por la tarde de concierto y lo emitía por internet. Y mirar Netflix, eso he hecho en cuarentena”.

“Ahora estoy esperando un trasplante de hígado. Las locuras me produjeron una hepatitis crónica, tengo cirrosis hepática”, dice sin un mínimo atisbo de queja. “Mi reflexión vital es muy sencilla: de qué puede servir la vida si no eres capaz de amar. Queda así muy rimbombante pero es que es verdad”.

“Soy quien soy porque fui quien fui. El hombre que intenta arrancar las raíces se cae”.

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