Historias cotidianas que solemos ignorar

Salud mental

Trastorno de la conducta alimentaria o el miedo a vivir

Carolina Herrera ha tardado más de media vida en superar su trastorno de la conducta alimentaria

“Me llamo Carolina Herrera”, dice con una sonrisa. “Cuando nací ella todavía no era famosa aquí, ¡ni sabíamos quién era!”.

Carolina tiene 43 años y es de Málaga. Es una mujer viva y expresiva.

“Para mí el trastorno de la conducta alimentaria es angustia, tristeza, incapacidad de vivir: falta de vida”.

Más de media vida con trastorno de la conducta alimentaria

“Con 7 años era la gordita de clase. Cuando veía que los demás no tenían relación conmigo pensaba que era por ser gorda y fea. No quiero que mi madre se sienta culpable por lo que voy a decir pero yo hice mucha dieta con ella. Recuerdo esas hojas mecanografiadas en la Olivetti con la dieta, pero yo no quería estar haciendo dietas, quería ser normal como los demás niños”.

“Crecí con la idea del príncipe azul, que vendría y me salvaría de toda la gente que no me quería por gorda. Veía Sensación de vivir y pensaba: cuando venga mi Dylan se acabarán mis problemas. Y me lo creía de verdad, había volcado en mi príncipe azul mi salvación. Todo esto te lo cuento porque lo que tienes que hacer de pequeña es jugar, pero yo ya estaba muy cargada emocional y psicológicamente”.

“Cuando estudiaba publicidad llegó mi príncipe azul y yo pensaba: pero qué hago, si a ti esto no te gusta. Había venido a cumplir mis expectativas pero me daba cuenta de que no era lo que yo quería, fue como un choque, me explotó la cabeza. Ahí empieza mi trastorno de la conducta alimentaria. Yo no sabía reconocer mis sentimientos y entré en modo no puedo, no puedo, no puedo. Mi trastorno empezó con ese no puedo. Era incapaz de dejarlo con él ni de seguir, no sabía lo que estaba pasando. Yo solo quería gustar al otro, quería esa aceptación; intentaba solucionar un problema desde un lugar que no era. Al final él me dejó por una amiga mía y ahora sé que no lo quería, que vivía a través de él mi fantasía del príncipe azul”.

“Empecé a ir al gimnasio y adelgacé diez kilos, era una especie de depresión: no tenía ganas de comer, estaba muy triste. Con diez kilos menos me veo mejor y empieza el juego peligroso: voy a ‘cuidar’ mi comida. Empecé a controlarme entre semana y solamente me permitía los fines de semana. Para mí el gimnasio es purga, porque la purga no es solo vomitar, yo no he sido de vomitar. Es purga porque si te sales del guión en lo que sea, pum, vas al gimnasio como castigo: por ejemplo, el sábado me pasaba y el domingo muerta de culpa me iba tres horas a hacer deporte. También era compensatorio porque si hoy es Nochebuena, pues antes me tengo que ir tres horas al gimnasio para compensar lo que voy a comer después. Además de purga y compensación también era una vía de escape, por un lado te obsesionas y por otro te sirve para tapar otras emociones, otros sentimientos”.

Trastorno de la conducta alimentaria: un diagnóstico, cero explicaciones

“Tenía 20 años y llevaba un año sin la regla. Un día se lo comenté a mis hermanos y mi hermano mayor me dijo que eso no era normal, que fuera al médico. Cuando fui me pusieron una etiqueta de anorexia nerviosa, aunque ahora que estoy haciendo un experto en trastornos de la conducta alimentaria en la Universidad Internacional de Valencia, sé que en una enfermedad crónica como esta normalmente pendulamos de una a otra: purgas, conductas restrictivas, atracones, etc. Hace 23 años que estoy diagnosticada oficialmente pero no me sirvió de nada. El endocrino que me diagnosticó me dio una cuartilla donde ponía anorexia nerviosa y cuatro pautas para seguir, pero no me explicó nada. Cuando salí del médico había esperando niñas más delgadas que yo, entiendo que lo suyo sería más urgente, pero yo tenía en la cabeza lo mismo que ellas”.

“Hice cuatro sesiones en la zona de salud mental del hospital. Allí había psicóticos y yo decía qué hago aquí si no tengo nada que ver con esta gente, yo no estoy loca. Sentí que me veían como una consentida que no sabía si dejar a mi novio y que había dejado de comer, nunca me tomaron en cuenta”.

Vivir en una tinaja

“De lunes a viernes me contenía en todo, también en lo que decía y en lo que hacía. Siempre he sido yo, yo, yo, mi yo; por eso digo tanto yo. No veía al otro, han tenido que pasar años para darme cuenta de que estaban los demás, que no estaba sola en el mundo. Iba por delante de la gente para anteponer que no me hicieran daño y para que me aceptaran. Vives con voces continuas –se llama rumiación– para no estar en la vida. Es un infierno, es lo más parecido a estar muerta en vida aunque para los demás estés viviendo. De lunes a viernes era un robot y el finde aparecía mucha rabia, mucha ira de haber estado contenida tanto tiempo. Lo han sufrido mucho mi hermana y mi marido, realmente estaba enfadada conmigo misma, pero lo pagaba con ellos”.

“Yo tenía miedo de vivir, me daba miedo sentir, solo quería sentir lo bueno, ¡cara dura yo!”, dice con una sonrisa. “Es una sensación tan dolorosa y tan de vacío, me sentía como si estuviera dentro de una tinaja. Terminé los estudios y trabajaba, yo era buena en mi trabajo pero me sentía invisible. Durante mucho tiempo pensaba que el otro no me veía, pero es que tampoco me veía yo. Tienes un problema de baja autoestima, te importa más lo que dirá el otro y quieres que te reconozca, pero eres tú la que te tienes que reconocer”.

“Somos personas inaccesibles. Yo he culpado a la gente, a mis padres, pero he sido muy inaccesible, no puedes estar echando la culpa a los demás. A mí la gente me veía con miedo pero tú por dentro eres un corderillo. También somos personas autoexigentes, perfeccionistas, narcisistas, con baja tolerancia a la frustración y puedes llegar a manipular para no sufrir”.

“Hoy tú y yo estamos en la playa, me habría ido a un gimnasio que hubiera sido más representativo”, dice con una carcajada, “pero estamos aquí porque yo me iba a la playa con mi madre cuando empezó todo. Me daba miedo cortar el cordón con ella y enfrentarme a la vida, por eso estar aquí me daba tranquilidad, pero la realidad es que tú tienes que coger las riendas de tu vida”.

“Mira toda la mierda que te estoy sacando y nada tiene que ver con mi físico, ese es el estigma de esta enfermedad y hay que tener muy claro que es una enfermedad psiquiátrica”.

La comida para controlar tu vida

“El miedo a engordar es porque perdía el control y si me salía de ahí tenía que enfrentarme a la vida; es pensar que controlas tu vida a través de la comida. Yo he hablado mucho con mi marido pero no del tema comida porque tú realmente te crees que no tienes hambre. Mi vida ha sido atacarme continuamente –qué mayor ataque que no darte de comer– y arriesgarme: fíjate qué inconsciencia, estaba embarazada de mi niño y me dio por no comer carne ni pescado. Mi hijo tenía anemia y me sentía culpable; en terapia aprendí que la culpa no sirve para nada y que lo que tenía que hacer es ocuparme”.

“Yo nunca he visto la comida como un nutriente, era una expresión de mi estado emocional, de mi salud mental. Pierdes la sensación de hambre y de saciedad. Tú tienes hambre, comes, te sacias y paras. Pues eso lo perdí. La comida se convierte en una herramienta, me gestionaba a través de la comida”.

“Lo del peso es un infierno, yo me pesaba en las farmacias, me hacía un tour por las que estaban cerca para no ir siempre a la misma. Si no has perdido peso, tienes que hacer más deporte y, si has perdido, la satisfacción te dura un segundo. Te bajas del peso y al momento piensas: la siguiente tienes que pesar menos. Crees que vas a controlar tu vida a través del peso; verdaderamente lo ves desde fuera y dices no tiene sentido, pero es así”.

“En todo este tiempo el automensaje era que yo era la mierda más grande del mundo y físicamente la más fea”.

Recuperarse de un trastorno de la conducta alimentaria

“Mi marido Alberto, mis niños –tiene un hijo y una hija– y mi psicoterapeuta han sido mis linternas. Siempre digo que en mi vida hubo un punto de inflexión cuando conocí a mi marido, que ha sido mi chispa de vida, y a mi psicoterapeuta porque casualmente los conocí casi a la vez; llevo con los dos 17 años”, dice riéndose. “La primera persona que me creyó fue mi psicoterapeuta y lo gratificante que es que una persona te entienda. A mí hasta que llegué a ella nadie me hizo caso, yo me lo tuve que buscar todo por mi cuenta porque para los médicos nunca estuve enferma”.

“Mi psicoterapeuta no ha incidido en esto, he estado años trabajando con ella y yo seguía diciendo que no, hasta que ha llegado el momento en que me miro y veo que soy de anorexia de libro, pero durante mucho tiempo no fui consciente y menos de que fuera una enfermedad mental. Con la psicoterapeuta llevo trabajando todos estos años pero también he hecho parones en distintos momentos. Llegas a las miserias más profundas en psicoterapia, los primeros años fueron superduros pero llegas a entender por qué y entonces ya no quieres controlar tu vida porque sabes que no se puede. Me lo he currado y me he enfrentado a mis miedos, he tenido la valentía y estoy superorgullosa”.

“Esto no es tan fácil como decirle a una persona que coma, si fuera eso sería una minucia lo que te estoy contando, comes y listo pero cuando estás ahí tú no lo ves. Yo empecé a sentirme, a reconocer mis sentimientos, hace poco más de un año. Empecé a darme cuenta gracias a la psicoterapia de que tengo que pasar también por los momentos malos. Yo ahora estoy triste por algo y puedo decirlo, no me incapacita y eso es muy guay. También empecé a ver al otro; ostras, que los otros me ven, cómo he podido vivir toda la vida así, pensé. El primer impacto es duro pero luego te reconforta, te das cuenta de que tú decías que eras invisible sin serlo”.

“Yo ahora hago todos los días unos veinte minutos de deporte pero no de manera obsesiva, compensatoria o de purga. Y hoy disfruto comiendo y como más que nunca. Como hasta que me sacio y escuchando a mi cuerpo. Ahora mismo tengo el trastorno de la conducta alimentaria latente, la enfermedad está ahí y tengo que tener mucho cuidado. A mí me siguen llegando mensajes, aunque muchos menos, del tipo es Nochebuena y no has entrenado, pero mi respuesta hoy es diferente. No es que el trastorno se te vaya a quitar, es que vas a saber gestionarlo, ahora tengo herramientas para salir adelante. Lo que aprendes es a vivir, no a pretender que todo sea de color de rosa porque eso no es real”.

Unas 400.000 personas, la mayoría mujeres, tienen un trastorno de la conducta alimentaria en España.

Familias Despiertas

“Lo que he vivido se ha convertido en mi misión. Los trastornos de la conducta alimentaria se pueden prevenir en las familias y es a lo que me dedico ahora. Después de veinte años trabajando en la misma empresa me despidieron y decidí trabajar para mí misma. Empecé con coles sin ultraprocesados y poco a poco fue saliendo el tema de los trastornos de la conducta alimentaria. Entonces me di cuenta de que ahí puedo aportar. Después de este infierno de veintipico años que he vivido quiero ayudar a otras personas. Así nació Familias Despiertas, un espacio de prevención de los trastornos de la conducta alimentaria desde las familias. Las familias podemos hacer muchísimo, somos los cimientos invisibles de nuestros hijos; jamás pongas a dieta a un niño, que coma bien y salga a la calle a jugar; lo he vivido, lo sé y me lo complementan los estudios que estoy haciendo. Se trata de ser responsables en la nutrición física y psicológica de nuestros hijos. La nutrición física es comer comida que te nutra. La comida que nutre es la que nos da la tierra, el mar, los animales. Hoy en día se comen donuts, vale, pero que no sean todos los días. La nutrición psicológica es darle a nuestros hijos las herramientas para vivir y acompañarles en la vida”.

“A mí no me empieces a sacar el amarillismo de la enfermedad, de lo que yo he pasado quiero enseñar a la gente otra cosa: mira cómo estoy ahora, tú también lo puedes conseguir. Antes he dicho que somos inaccesibles pero es verdad que si estás al lado de alguien que tiene un trastorno de la conducta alimentaria, no tengas miedo de decirle si necesita un apoyo o simplemente si quiere tomar un café contigo. A mí me habría gustado que alguien me preguntara ¿estás bien? Hay gente que cree que estamos así por gusto y eso es tan injusto”.

“Recuerdo que cuando empecé a ver en terapia de qué iba todo estaba muy triste y pensaba joder, qué pechá de cosas me he perdido. Porque yo no disfrutaba, siempre estaba alerta, yo nunca ESTABA, así en mayúsculas. Ahora esto lo veo como el camino que he necesitado para llegar aquí. Ahora soy feliz, que para mí feliz es estar tranquila”.

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  1. Ramón

    Muy buena entrevista, gracias ,
    Es tal como lo has descrito. Tus palabras en la experiencia ayudaran a muchas personas, transmites esperanzas, animo y fuerza. Enhorabuena ¡

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