Historias cotidianas que solemos ignorar

Mayores

Vivir (y ser feliz) en tiempos revueltos

Concha Guervós de la Fuente afronta con 88 años la crisis del coronavirus sintiéndose joven

Llamo a su móvil y le pregunto:

–¿Sabes hacer videollamadas?

–Sí, sí, creo que sí. De todas formas le voy a preguntar a mi vecina, que es joven y me ayuda mucho.

24 horas después Concha responde a la primera a la videollamada. “No me he dado cuenta y lo tendríamos que haber hecho mañana que voy a la peluquería, que mira qué pelos tengo”, dice mientras se señala la cabeza. A lo largo de la conversación lo que más veo es pelo, frente y cuatro platos de decoración que tiene colgados en la pared. Concha se desenvuelve bien con las videollamadas pero no atina mucho a colocar el móvil, por eso mi visión de ella es regulera, pero no importa porque está cómoda y me ve y oye perfectamente. A veces cambia de postura y veo sus ojos. Unos ojos pequeñitos, arrugaditos, de viejita, llenos de vida.

“Concha Guervós de la Fuente. 88 años, 8, 8, una barbaridad”, dice riéndose. “Hasta hace poco me he creído joven, pero con esto del coronavirus menudo bajón he pegado; de estar dos meses metida en casa sin salir… Tengo una hermosa terraza y se ve la catedral, luego te la enseño, ahí salgo a andar, a dar paseos, pero no todo lo que debía”.

“Soy de Salamanca, mi marido era director de banco y hemos vivido en Burgos, León, Palencia, Vigo y Valladolid. Mi marido se jubiló en Valladolid y después nos vinimos a Salamanca. No he tenido hijos, mis hijos eran los traslados”, dice entre risas.

Vivir sola a los 88

“Hace dos años me caí y me cuidó una colombiana que es un sol de niña. Ahora está para acabar la carrera y ya le he dicho que tiene que hacer un máster. Yo le voy a ayudar en todo lo que pueda. Es un cielo, el día de la madre me puso un mensaje que decía te quiero mucho, muchas felicidades. Así es la vida. Se llama Carolina. Estuvo conmigo 15 días y fue una delicia, como tener una hija, igual”. Con la excepción de los días que pasó con Carolina, Concha vive sola.

“Vivo sola desde hace seis años que se murió mi marido, estuvimos juntos 52 años. Al principio fue muy duro. Se muere tu marido, te quedas sola y la soledad es triste, pero ahora estoy muy a gusto, estoy encantada de vivir sola. Una amiga me decía: no estés triste, que sola se vive muy bien. Yo no me siento sola, soy una persona con una vida interior porque creo en Dios y creo que está dentro de mí y me ayuda. Tengo un problema y deja de ser un problema en cuanto lo entrego en manos de Dios. Lo mejor de vivir sola… chica, hacer lo que crees que debes hacer en cada momento. Alguien te necesita, puedes animar, también te animan a ti de vez en cuando”, dice riéndose. “Lo peor… es que no encuentro nada. Hombre, si te pasa algo… Mira, yo tengo este botón del Ayuntamiento. Cualquier cosa que te pasa, tocas este botón y rápidamente vienen. Y te llaman de vez en cuando para ver qué tal estás”.

“Yo no estoy sola porque cada día de la semana tengo un quehacer… Los lunes voy a la parroquia, que preparamos la lectura de la misa del domingo. Los martes tengo un grupo de oración con gente muy variopinta. Somos 15 o 16 personas, hay una que es una persona muy humilde que nos da sopas con honda, es muy profunda. Es un grupo muy unido, muy entrañable y muy bien. Los miércoles voy a un club de lectura, soy la abuelita del grupo pero me quieren muchísimo. Es un grupo fenomenal, de gente muy preparada y he aprendido muchísimo. Leemos un libro y ponemos en común no el argumento, porque eso lo sabemos porque nos hemos leído el libro, sino lo que el libro te dice a ti. Yo estoy encantada, hay gente de todas las edades, yo soy la mayor con diferencia. He aprendido a leer de otra manera, antes iba al argumento, ahora no, ahora veo la época, lo que me aporta a mí, comprender a los autores. Somos 20 o así, cuando acaba el curso tenemos una comida y en Navidad también. Yo en esos momentos me siento joven, ya te digo que conmigo se portan de maravilla… Los jueves juego una partida de cartas con las amigas. Se me ha olvidado cómo se llama el nombre del juego ahora… Antes nos reuníamos en una casa y dábamos unas merendolas de muerte; ahora como somos mayores lo hacemos en cafeterías. Llevamos más de 30 años. Se han muerto cuatro y mucho más jóvenes que yo, pero decíamos siempre: esto no se puede dejar. Nos queremos mucho y ahora con el coronavirus nos llamamos por teléfono porque no podemos jugar… De siete hermanos quedamos dos y mi otro hermano está una residencia, que le ha dado un ictus y no puede hablar, bueno, ya va hablando un poco el pobre. Algunos viernes lo voy a ver y ese día lo dedico también a leer, a hacer cosas… El sábado y el domingo salgo con una amiga que es viuda y mucho más triste que yo”, dice con una carcajada. “Uy, lo de ahora lo está llevando fatal y yo le digo que no puede ser, que hay que estar contenta porque la vida es fenomenal y si estás contenta siempre recibes más que das”.

Una vida sin casi arrepentimiento

“De los mejores momentos de mi vida la niñez, aunque se murió mi padre cuando yo tenía 18 meses… con mi madre y mis hermanos fue una época maravillosa. Los viajes con mi marido, en Iguazú recuerdo un día maravilloso. También recuerdo los viajes de Vigo a Salamanca, como mi marido trabajaba mucho, en esos viajes hablábamos muchísimo para ponernos al día, todo el viaje”, dice riéndose. “Las fiestas familiares, aunque no he tenido hijos no me he sentido frustrada porque yo a mis sobrinos los he querido tanto que me parece a mí que conozco el amor de madre. Tengo 12 sobrinos nietos, 16 sobrinos biznietos y 10 sobrinos carnales, y tengo trato con todos. Tengo una sobrina nieta en Alemania que es psicóloga y con el coronavirus me ha llamado mucho, escucha muy bien. Tengo sobrinos que me llaman todos los días y me quieren solucionar las cosas… De los peores momentos no hay muchos… al final mi marido perdió la cabeza un poco y lo pasé mal pero luego siempre recuerdo las cosas buenas”.

“Mi madre se quedó viuda con 32 años y con siete hijos. Mi padre era abogado en una habilitación. Mi madre tenía un suegro con mucho dinero y no lo soltó, así que mi madre trabajó y nosotros trabajamos. Benditas las mujeres, mi madre trabajó y yo también –de soltera– en la habilitación que trabajaba mi padre. Yo soy creyente porque mi madre era muy creyente. Mucha gente que no cree en Dios es porque la gente que creemos no hacemos lo que decimos, pero mi madre sí hacía lo que decía”.

“Me casé mayor para aquella época, a los 29, y dejé de trabajar. Mi marido dijo que ni hablar porque era la mentalidad de entonces y amita de casa. Hice el Bachillerato y podía haber hecho Magisterio pero no me dio la gana. Mi madre me decía: si no tienes carrera es porque no te da la gana y es lo que más me ha pesado en la vida. Si volviera a nacer estudiaría una carrera porque luego he estudiado pero sin exámenes”, dice riéndose. “Magisterio era entonces una carrera que no se apreciaba. Yo hoy estudiaría Psicología, me encanta. Es lo único que haría distinto de lo que he hecho: estudiar una carrera. Hay valores que he tenido y los he desperdiciado, hay gente que dice que escribo bien, por eso ahora voy a aprovechar”, dice con una nueva carcajada. “Para escribir, como todo en la vida, tienes que tener ideas aquí”, dice señalándose la cabeza, “y lleva tiempo”.

Concha Guervós de la Fuente tiene 88 años y vive sola
«Espera, que me voy a poner aquí para que salga también mi marido».

La crisis del coronavirus con 88 años

“He tenido mucho catarro y mis sobrinos estaban preocupados por si tenía el virus, pero parece que no. El confinamiento lo he llevado estupendamente. No he salido más que dos veces, una a la farmacia y otra a tirar la basura. Tengo una vecina fenomenal –a la que le preguntó lo de la videollamada–, me hace la compra y todo. Ella es joven, tiene 50 años, y vive con su pareja. Un día hemos hecho en distancia el aperitivo. Mañana no hagáis comida, les dije, que la voy a hacer yo. Ya está bien, ¡me traen siempre la compra y de todo! Ellos pusieron el vino y yo les hice una ensaladilla rusa, unas croquetas, partí jamón bueno, chorizo. Lo pasamos muy bien y todo a distancia: tengo una mesa con ruedas y lo puse todo ahí en la puerta de casa”.

Cuando escribo estas líneas los datos facilitados por el Ministerio de Sanidad dicen que un total de 7.688 personas de entre 80 y 89 años han muerto por coronavirus, cifra que solo incluye a los que fallecieron en hospitales. El Ministerio afirma que “el grupo de edad donde se han registrado más defunciones dentro de los casos ha sido el de mayores de 70 años, concentrando más del 80% de los fallecidos”. A falta de que se publique una cifra con todos los mayores muertos en residencias por coronavirus, los datos más recientes apuntan a un total de 17.700.

–¿Te da miedo el coronavirus?

–Hombre, le tengo respeto al coronavirus. Me lavo las manos como en mi vida… madre mía, la de veces que me lavo las manos –dice mientras se vuelve a reír–.

“Lo que tenemos es muy gordo. Se ha muerto un sobrino de coronavirus con 63 años. Su mujer también lo cogió, no pudo ir al este… al cementerio. Hay mucha tragedia con el coronavirus. A una amiga se le ha muerto el yerno y ella no lo sabe, todavía no se lo han dicho. Ella tiene 99 años y se lo van a decir poco a poco. Es tremendo lo que está pasando”.

El día a día de la crisis del coronavirus con 88 años

“Ahora con el coronavirus no hay nada de nada de lo que hacía. Yo tengo muchos grupos de WhatsApp de todos los sitios a los que voy y también uno porque pertenezco a una cosa que se llama Talleres de Oración y Vida. Y me llaman mis sobrinos para ver cómo estoy, por eso te digo que yo no estoy sola, a mí me llaman montones de gente. Y si no me llaman, pues llamo yo”.

“A la mujer que me ayuda yo le pagué estos dos meses que no vino, pero mucha gente no le ha pagado. Ayer vino a casa por primera vez, viene dos días, cinco horas a la semana. Con el coronavirus como he visto este bajón he pensado que voy a necesitar más ayuda… pero mientras pueda yo sola no. Ella limpia y yo luego conservo. Guisar he guisado yo siempre porque me encanta. Con el coronavirus he guisado y he limpiado. Limpiar me gusta menos, pero hay que hacerlo. Yo normalmente guiso para varios días y luego me lo caliento. Hoy voy a hacer salmón, que se puede hacer en el microondas. Tú al salmón le pones eneldo, bien de limón, una gotita de aceite, lo metes al microondas y está buenísimo, vas a ver”.

–¿Además de cocinar y limpiar qué más haces mientras estás encerrada?

–Pues mira, yo hago todos los días una oración y oigo la misa por la tele. Estoy haciendo una toquilla para una sobrina que va a tener un niño negrito. En el club de lectura he leído Los sufrimientos del joven Werther y ahora lo estoy volviendo a leer. También estoy leyendo un libro sobre mujeres salmantinas. Nada, no me he aburrido, al contrario. ¡Me he acostado más tarde y me he levantado antes! He tenido mucho que hacer. Yo fui antes a un gimnasio para mayores y me enseñaron para hacer la gimnasia yo sola fenomenal, pero no la he hecho…

“Estos días, desde que se puede, he salido a por el periódico y el pan. Esta tarde voy a salir a pasear en mi horario y voy a llamar a la que te digo que es triste para vernos de lejos aunque sea. A partir de hoy pienso salir todos los días”.

“Yo no necesito nada, me sobran muchas cosas. En el coronavirus he pensado yo todo lo que me sobra; lo material me sobra. Eres más feliz en la vida cuando más das a los demás y menos piensas en ti. Yo digo que como no salgamos mejores personas de aquí no valemos pa ná”.

Ser joven siempre

“Hombre, antes del coronavirus era un poco inconsciente yo y me creía muy joven”, dice riéndose. “Ahora me doy cuenta de que tengo muchos años, me veía más joven de lo que era. Por dentro soy joven, mi madrina se ha muerto a los 95 años y se ha muerto joven. Tengo una amiga que tiene 102 años y me llama para animarme. Yo siempre me he creído joven, soy de espíritu joven y ella es una persona también joven de espíritu. Yo tengo amigas que no quieren el móvil y si no tienes ni ordenador ni móvil estás fuera de la época. Hace 10 años me rompí la tibia y el peroné y mi marido y yo fuimos a una residencia. Te ponían a pintar en una sala como a los niños pequeños y yo les dije que yo sabía pintar, que me dieran algún color más para que quedara más bonito. Entonces me cogió una psicóloga y me dijo: ven, que te voy a enseñar informática. Y me enseñó el ordenador y la vida me dio. Mi marido me dijo que no me compraba un ordenador hasta que fuera a unas clases y fui con un chico joven majísimo que me decía cómo no te voy a enseñar si te veo llegar con la carterita y esas ganas de aprender”.

“Internet me ha venido muy bien para ver las cuentas de los bancos. Tampoco sé una barbaridad, sé lo normal. Y también me viene estupendamente por el club de lectura. Hay cosas del libro que no entiendo y cojo el ordenador y busco. El móvil una palabra que no la entiendo ¡y me lo dice! Esta amiga mía que te digo que es tan triste no le da la gana tener móvil y ella hizo carrera de idiomas y todo, con lo difícil que es. Me dice tú eres sabia y yo le digo que no soy sabia, tengo ganas de aprender, ¡es que tú te has parado de aprender!”.

“De la gente joven aprendo una barbaridad y a respetar a los demás porque vas a sitios con gente de otras ideas y te enriqueces. Yo voy al club de lectura y se me olvidan los años: pienso como los demás, opino como los demás, te enriqueces con los demás; tú no tienes la verdad. Lo que intento hacer en mi vida es respetar a los demás y dar un consejo cuando te lo piden. Yo intento perdonar a quien me ha hecho la puñeta”, dice riéndose. “Cuando una persona te hace una cosa yo empiezo a escarbar en la vida de esa persona y sus circunstancias y pienso qué habría hecho yo en su situación. Y me da a mí mucha paz”.

“Yo he dado un cambio de mente… he cambiado mucho. Yo era muy rígida porque nos habían educado muy rígido. Yo, por ejemplo, a los homosexuales era una cosa que yo no lo entendía y ahora lo comprendo. Mi vecina está separada y tiene su pareja. Yo eso antes no lo habría comprendido, pero ahora sí. Voy a tener un sobrino biznieto negro, eso yo antes… Ahora hay cosas que las comprendo aunque algunas no las haría yo. Lo importante son las personas para mí. La vida ha cambiado, tienes que adaptarte a la vida o te quedas para atrás”.

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  1. Ana Hernandez

    Vital ,humana y exquisita en su vivir y convivir.Albricias po Concha ,gracias por traernos la, debemos aprender de ella a vivir.

  2. Adela

    Es maravilloso conocer una historia llena de paz y con un montón de buenos recuerdos, sobre todo la Reflexión y comprensión en todos los aspectos de su vida enseñando que la depresión está en muestras mentes, a mi personalmente me da pautas a seguir. Gracias Conchita

    • Javier

      Está muy bien la historia. Es una señora que transmite paz y ganas de vivir. Tiene mucho mérito. Tiene fuerza y es una persona con mucha vitalidad. Un abrazo

  3. Maite B

    Yo soy la vecina de la que habla Concha ….es una suerte encontrarte en la vida gente como ella, con esa alegría y esas ganas de vivir, independientemente de la edad que uno tenga.
    Una mujer extraordinaria…

  4. Ana

    ¡Chapó!
    ¡Me quito el sombrero ante la señora Concha Guervós de la Fuente!
    ¡Me encanta!
    Gracias por escribir el artículo y a ella por mostrarse 🙂
    🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂

  5. Maria Jesus Aragon

    Conchita! Eres una joya. Me encantan las mujeres como tu, de buen humor y sembradora de alegría. Ojalá hubiera muchas personas como tu en esta vida.

  6. Amparo

    Muchas gracias Concha por compartir tu experiencia. Yo tengo 40 años y siempre intento imaginar mi vida con más de 80 , pienso que querré seguir aprendiendo y haciendo muchas cosas … conocer tu historia me anima a saber que será posible. Gracias.

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